Fotografía de David J. Usieto
«La ansiedad es como una diabetes», me dijeron. «Tienes que aprender a convivir con ella para siempre».
Y no me lo dijo cualquier persona, fue un mensaje por parte de mi médico de cabecera, un psicólogo y un psiquiatra. ¿Cómo no debía creérmelo? ¡Son profesionales!
En un momento tan difícil como el de una persona que experimenta ansiedad, este mensaje puede ser devastador. «No quiero vivir ni un día más así», me decía una y otra vez. Pero hoy, desde el otro lado, como psicóloga experta en trastornos de ansiedad, he modificado el mensaje:
No debes resignarte a vivir en el sufrimiento, la ansiedad puede desaparecer.
¿Cómo puedo hacerlo? Pues, en primer lugar, dirigiéndonos a profesionales especializados en la temática. Es decir, hay muchos psicólogos y psicólogas, y cada uno es experto en distintas áreas. Así que si queremos iniciar un proceso terapéutico, trataremos de hacerlo con quien conozca la ansiedad de cerca.
A su vez, hoy en día, la ansiedad parece el cajón de sastre. Y no es porque sí… Cuando sentimos que algo no va bien, que hay un malestar en nuestro interior, decimos que tenemos ansiedad. Esto es fruto de que la educación emocional que tenemos es insuficiente. A menudo podemos confundir la ansiedad con tristeza, enfado, miedo, estrés, un duelo, un ataque de pánico, y muchísimas cosas más que, a veces convergen, pero que cada una tiene un proceso terapéutico distinto.
La ansiedad no es un ataque de pánico. La ansiedad no es mal día. La ansiedad, la original, es la energía interna subida de revoluciones que no sabe qué dirección tomar. Mucho combustible, dos caminos, yo en medio y sin poder avanzar (mientras el mundo sigue en marcha).
Identificar lo que me está pasando correctamente es de vital importancia para procurar poner remedio. De lo contrario, podemos pasarnos años deambulando en la búsqueda de una solución.
Una vez hemos encontrado al profesional especializado con el que nos sentimos cómodos y hemos identificado con acierto lo que nos está pasando, podemos ir al siguiente paso: atravesar el sufrimiento. Es decir, adentrarnos en la experiencia de las emociones que existen en nuestro interior.
¡Nota importante! No podemos quedarnos solo con entender mentalmente qué está pasando, además tenemos que vivirlo; las emociones no se piensan, se sienten.
El problema, el obstáculo que ha impedido que lo hagamos antes, puesto que ganas no nos han faltado, es la soledad, la ausencia de otro con quien tener el apoyo necesario para sentir.
Cuando el dolor es más grande que yo, necesito a otro para atravesarlo.
Por lo tanto, no vale un documental o un libro sobre la ansiedad, no vale un podcast, no vale un diagnóstico. Necesitamos a una persona. Alguien que nos mire a los ojos, que nos escuche y esté presente.
Naila Martínez Poveda