No son manías, es TOC

Fotografía de Jair Barbosa

Estás tranquilo, en el sofá de casa, con el pijama puesto, y listo para descansar. Todo está en calma, y de repente se escucha un ruido. Gotas de agua que caen de un grifo mal cerrado. Ahora, tu foco está en las gotas, estás y a la vez ya no estás en el sofá. Quieres relajarte, habías deseado todo el día ese momento para ti, pero no puedes disfrutarlo. Así que decides levantarte y hacer algo para recuperar la paz.

Este es un símil de lo que viven las personas con TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) multiplicado por mil. Se levantan cada mañana, dispuestos a hacer su vida con serenidad, hasta que aparece un distractor. Con la mala suerte de que no se trata de un grifo mal cerrado, sino de un pensamiento invasivo que no se calla hasta que lo atiendes. Un ejemplo sería, «hasta que no cierre todas las luces de la casa dos veces no puedo acostarme». Y claro, esto dificulta la serenidad antes mencionada.

Todos tenemos pensamientos que nos molestan, todos tenemos pequeños bucles, o rutinas más o menos rígidas. El problema es cuando estos pensamientos se convierten en nuestra banda sonora, de la que no podemos escapar.

¡Qué aterrador! ¡Yo sé que no necesito cerrar las luces dos veces para poder dormir! ¿Y entonces? ¿De dónde surge esta idea? ¿Es parte de mí y de mis valores? Ya no sé quién soy ni qué pienso… todo se vuelve caótico. Y por si no era suficiente, resulta que esto no solo me ocurre cuando estoy solo, sino las 24 horas del día, los siete días de la semana. Esté con la pareja, en el trabajo, con amigos o comprando el pan. Conduciendo por la autopista, haciendo un examen o en el cine. Es realmente agotador.

Por lo tanto, a pesar de la incoherencia de mis pensamientos, a pesar de lo ilógico que puedan parecer, finalmente cedo y hago algo para detenerlos: cerrar todas las luces de la casa dos veces, pisar solo las baldosas de color rojo, persignarme cada vez que pienso en alguien, limpiarme las manos cada vez que toco algo fuera de casa, etc.

El resultado de vivir así es sentir cansancio, tristeza, enfado, … y también miedo a no poder hacer mi vida con normalidad, soledad, incomprensión, rechazo social, vergüenza, e infinidad de otros factores psicosociales que comienzan en el estigma y terminan en el aislamiento.

Pero no queda otra, es el precio a pagar por no sentir la angustia de la invasión mental. Si no respondo a estos pensamientos, mi angustia sube y sube. No son manías, es supervivencia.

Y estas manías, como podríamos escuchar en el lenguaje cuotidiano, esas obsesiones que se convierten en compulsiones, como podríamos leer en un informe psicológico cognitivo conductual, a mí me gusta llamarles necesidades. Si hablamos de una cuestión de supervivencia, hablamos de necesidades básicas para la vida, no solo teniendo en cuenta las fisiológicas, e incluyendo las emocionales.

Porque aunque de entrada, los pensamientos descritos no tengan mucho sentido, en la complejidad del ser humano, estos son la consecuencia de necesidades de seguridad, de pertenencia y de cariño, que un día no fueron cubiertas.

Naila Martínez Poveda

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